¿Vivimos en una distopía?
Los tiempos en que vivimos se han vuelto dramáticos y turbulentos, impensables hace sólo un par de años. Cegados e insensibilizados por la burbuja de confort del mundo occidental, hemos olvidado que estas situaciones no son nuevas en nuestra historia. Y que cualquier cosa puede ocurrir, en cualquier momento. ¿Quién habría pensado, hace sólo un par de años, que una pandemia global que paralizara el mundo entero tendría un impacto tan inquietante en millones de personas?
¿Quién podría haber imaginado una crisis general de abastecimiento en el mundo occidental? ¿Qué gurú económico podría haber predicho una inflación galopante, acompañada de una crisis económica que creíamos cosa del pasado? ¿Cuántos expertos podrían habernos advertido de una guerra invasiva y cruel en el corazón de Europa, causante de la mayor crisis migratoria intraeuropea que hemos visto desde la Segunda Guerra Mundial? ¿Quién habría pensado que el orden mundial sería tan vulnerable, y que viviríamos en un estado de incertidumbre a la espera de cómo será un nuevo mundo?
Además, existen problemas sociales y medioambientales, que ahora se ven magnificados por la situación actual. Desafíos como el deterioro de los ecosistemas, la creciente desigualdad entre los que tienen y los que no tienen, las crisis migratorias, el dejar atrás a poblaciones enteras que se están perdiendo las posibilidades del desarrollo sostenible, la falta de esperanza por no tener futuro, y muchos más.
Ante una situación tan poco prometedora, hay dos posturas posibles: podemos sentarnos, quejarnos de que el mundo se encuentra en un continuo estado de deterioro y dejar que otros tomen la iniciativa, o podemos preguntarnos: «¿No podemos hacer más? ¿Por qué conformarnos con ser meros espectadores?». Me incluyo en el segundo grupo y estoy convencido de que somos muchos los que pensamos así…
La innovación tiene que servir a un propósito y ese propósito no puede ser cualquier cosa.
Llevo más de 20 años trabajando en innovación. Durante este tiempo, he aprendido, practicado, enseñado y aplicado las metodologías más vanguardistas y probadas para crear novedades dirigidas a despertar el ser creativo que vive en todos y cada uno de nosotros. He trabajado con mis equipos de forma sistemática y sostenida con el objetivo de descubrir las motivaciones ocultas de las personas que explican su comportamiento y, como resultado, poder crear los mejores productos, servicios y experiencias para garantizar el éxito de las empresas e instituciones para las que trabajábamos.
Durante todo este tiempo, también hemos tenido la sana costumbre de utilizar estos conocimientos de forma altruista. Al menos una vez al año hemos querido utilizar todos estos conocimientos al servicio de una causa noble. Reflexionando sobre ello, quizá lo hicimos para sentirnos verdaderamente útiles y para dar más sentido a lo que hacemos. Por tanto, creo firmemente que toda esta experiencia, metodologías, enfoques, herramientas (todo el conjunto de conocimientos desarrollados en el mundo empresarial) pueden y deben utilizarse para mejorar el mundo. Porque la innovación debe servir a un propósito. Y ese propósito no puede ser cualquier cosa.
Generar valor social y medioambiental es muy compatible con crear valor económico.
El principal obstáculo que he experimentado para el éxito de estas iniciativas, para que sean sostenibles en el tiempo, es precisamente la creencia de que estas iniciativas deben ser sin ánimo de lucro. Además, si una iniciativa no genera valor económico, es extremadamente difícil conseguir la dedicación prolongada de los recursos necesarios (humanos y materiales), y por tanto imposible mantener la propia iniciativa en el tiempo. Me he enfrentado demasiadas veces a la «sostenibilidad insostenible», al menos en el mundo empresarial.
Al final, todo esto lleva a las empresas a gastar dinero en programas de Responsabilidad Social Corporativa o Sostenibilidad. En muchos casos, esto no es más que un conjunto de actividades de marketing para manipular la percepción del consumidor. Este fenómeno es más conocido como «Lavado Verde». En unos pocos casos, se trata de mejoras incrementales concretas, pero muy limitadas en tiempo e intensidad para cambiar realmente las cosas. Como no forma parte de su actividad principal ni de su declaración de objetivos, es comprensible que las empresas divulguen y adopten estas prácticas.
Por otra parte, las fundaciones y las entidades filantrópicas en general realizan a menudo una labor extraordinaria. Pero, en mi opinión, la falta de rentabilidad económica las hace muy dependientes de los fondos externos aportados por su empresa matriz o las instituciones públicas. Como estas organizaciones pueden cambiar de prioridades muy rápidamente, hace que algunas iniciativas sean insostenibles a lo largo del tiempo. Esta dependencia también significa que los recursos no siempre se dedican a los retos que realmente más los necesitan. Por no hablar de las causas políticas y otros intereses, que obligan a malgastar esfuerzos y recursos en proyectos que no son realmente los más esenciales, los más necesitados, los que aportan soluciones y generan el mayor impacto positivo.
Además, los retos actuales son amplios, complejos, están entrelazados e implican a muchas partes interesadas con intereses a veces contradictorios y una responsabilidad muy diluida. Esto requiere un enfoque diferente.
Lo que se necesita es una organización con ánimo de lucro, que englobe la sostenibilidad y sitúe la resolución de los grandes retos sociales y medioambientales en el centro de su misión. Utilizando la mentalidad, los enfoques, los métodos y los procesos que sabemos que funcionan para resolver problemas y crear nuevas soluciones de éxito, logrando un equilibrio entre el impacto social y el rendimiento económico.
Ante la aparente dicotomía de elegir entre ganar dinero y hacer el bien, elijo ambas cosas. Elijo crear abundancia en el sentido más amplio de la palabra. Elijo demostrar que es posible generar valor social y medioambiental, y al mismo tiempo generar valor económico.
Elijo demostrar que es posible generar valor social y medioambiental, y al mismo tiempo generar valor económico.
Estas son las razones que me llevaron a dejar mi carrera profesional en grandes multinacionales para dedicarme en cuerpo y alma a esta iniciativa. Algunas personas pueden pensar que todo esto es una utopía. Que resolver estos retos, y generar riqueza económica, no es más que un sueño. Sin embargo, creo firmemente que podemos generar cambios en nuestra realidad mediante la persecución de nuestros sueños o nuestras visiones.
Si puedes soñarlo, puedes hacerlo, como decía Walt Disney. Sin embargo, ser capaz de hacer algo no conduce necesariamente a un resultado de impacto real. Requiere que demos un paso más, que puede ser pequeño o enorme, según se dé o no: después de soñarlo, hay que hacerlo.
Bienvenido a nuestra Utopía
Creer en utopías alejadas de nuestra realidad de distopías es honrar nuestra propia historia. De lo contrario, aún estaríamos hábilmente colgados de los árboles, esperando que otro volcán no entre en erupción y haga desaparecer nuestra estirpe. Debemos ser conscientes de que todo lo que disfrutamos hoy en día es gracias a personas que tuvieron la imaginación de soñarlo y el valor de hacerlo realidad. Pero no lo hicieron solos. Y nosotros tampoco podemos hacerlo sin ayuda.
Si tú también eres un soñador y quieres pasar a la acción creando un mundo mejor, un mundo más humano, más consciente, más respetuoso con nuestro entorno, que cree más oportunidades para todos, te doy la bienvenida a Utopya.
Si quieres formar parte de una comunidad donde cada uno pueda ser quien realmente es sin tener que fingir, donde se aprecie y ayude a los demás, donde se honre la perseverancia, la responsabilidad, la sencillez, la integridad, la acción positiva, la libertad… y disfrutar del viaje dando sentido a nuestras vidas, únete a la creciente red de Utopya.
Ni siquiera tienes que cambiar de trabajo para ser un utopiano. Somos una red inclusiva en la que todo el mundo y todas las organizaciones pueden pedir unirse y aportar su granito de arena para resolver nuestros grandes problemas sociales y medioambientales, y crear riqueza en armonía.
Si sientes la llamada,
Bienvenido a Utopya, Innovación para siempre.

Borja Baturone
Fundador y CEO de Utopya